SAVOIR-FAIRE La historia del Calibre 11 y el TAG Heuer Monaco Chronomatic

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El Calibre 11 fue uno de los primeros movimientos de cronógrafo automático en la historia de la relojería. Esta es la historia de su creación.

Para un cliente que visite hoy una boutique TAG Heuer, el cronógrafo automático será omnipresente, incluso ineludible. De hecho, parecería extraño notarlo, porque tanto si se trata del TAG Heuer Carrera Chronograph Extreme Sport —con su contemporánea esfera esqueletizada— como del fiel al original TAG Heuer Carrera Chronograph Skipper —un cariñoso guiño al diseño de mediados de siglo—, habrá una versión del calibre de manufactura TH20 de TAG Heuer latiendo con fiabilidad en su interior.

Cuando el TAG Heuer Carrera Chronograph Skipper original hizo su debut en la década de 1960, los relojes podían ser automáticos o cronógrafos. Combinar ambas tecnologías era algo inaudito, hasta que en 1969 un consorcio de relojeros, entre los que se encontraba Heuer, logró crear su primera generación de cronógrafos automáticos, un desarrollo que revolucionaría el diseño de los relojes deportivos y que aún hoy se considera uno de los momentos más significativos de la relojería desde la adopción del reloj de pulsera.

Hacer frente a los retos: los primeros intentos de Heuer con un cronógrafo automático

El rotor de cuerda automática se inventó en 1926, pero los relojes automáticos no alcanzaron la popularidad generalizada hasta la década de 1950, cuando múltiples firmas desarrollaron sus propias familias de calibres automáticos. Los principales fabricantes de cronógrafos, como Heuer, que había desempeñado un papel decisivo en el desarrollo de los primeros cronógrafos de pulsera, se dieron cuenta a principios de la década de 1960 de que la demanda de sus cronógrafos de cuerda manual más vendidos estaba disminuyendo, a medida que el público se acostumbraba a la cuerda automática como nuevo estándar para sus relojes.

Heuer, que en aquella época no fabricaba relojes automáticos, era consciente del problema desde hacía tiempo, y su antiguo director general, Charles Heuer, ya había considerado la posibilidad de crear un cronógrafo automático en 1963, cuando aparecieron los primeros microrrotores automáticos (que, al no tener que apilar el rotor sobre el movimiento, podían ser mucho más finos que los calibres de rotor completo). Sin embargo, llegó a la conclusión de que el reloj final seguiría siendo demasiado grueso, y no fue hasta 1967 que se retomó la idea, cuando el relojero Buren presentó un movimiento de microrrotor mucho más fino.

Heuer acudió al especialista en complicaciones Dubois-Depraz, con el que tenía un largo historial de colaboración en cronómetros de cronometraje deportivo, para tratar la viabilidad de añadir un módulo de cronógrafo al Buren automático de base. Se llegó a un acuerdo, pero la estimación de costes de Dubois-Depraz era mucho mayor de lo que Heuer había imaginado. El director general Jack Heuer tomó la inusual, pero crucial, decisión de recurrir a un competidor para que le ayudara a financiar el proyecto. Se llegó a un acuerdo de colaboración que, como recuerda en su autobiografía The Times of My Life, aprovechaba los puntos fuertes de Heuer en el mercado, tanto desde el punto de vista temático como geográfico, con su sólida reputación en Estados Unidos y el Reino Unido y su posición inigualable como fabricante de relojes relacionados con el automovilismo.

El consorcio de cuatro firmas trabajó conjuntamente bajo el nombre en clave de Proyecto 99, con el acuerdo adicional de que los movimientos creados —y los primeros relojes que los albergarían— se conocerían como Chronomatics. En 1968, Hamilton adquirió Buren y se convirtió en socio del proyecto, para el que se le asignó un máximo del 10 % de los movimientos acabados una vez iniciada la producción.

Mientras tanto, otros relojeros también trataron de alcanzar el mismo objetivo. Cuando 1968 tocaba a su fin, el consorcio de Heuer había creado 100 prototipos de relojes para las pruebas finales y había fijado la fecha de lanzamiento en el 3 de marzo de 1969. A pesar de la inesperada conferencia de prensa celebrada en enero por un fabricante de relojes rival que anunció su propio cronógrafo automático —algo que, según Jack Heuer, casi le hizo atragantarse con el café de la mañana—, Heuer se mantuvo firme y confió en sus instintos de líder. Al llegar abril y la feria de relojes Baselworld, se hizo evidente que los esfuerzos de Heuer estaban mucho más cerca de la producción final, con más y más variados prototipos de relojes disponibles. Otros esfuerzos por crear el primer cronógrafo del mundo no harían su debut internacional hasta el año siguiente.

Para Heuer, no bastaba con superar el reto de ingeniería que suponía combinar la cuerda automática con una función de cronógrafo: quería que los relojes resultantes demostraran claramente que pertenecían a una nueva y audaz generación de relojes deportivos. Dos decisiones fueron clave para lograr esta impresión.

Movimiento Calibre 11

El legado del Monaco Chronomatic

La primera nació de la necesidad: al desarrollar el movimiento Chronomatic (un movimiento que Heuer denominaría Calibre 11), la mejor ubicación para la corona era el lado izquierdo de la caja. Jack Heuer escribió que “Al principio, todos pensábamos que una corona en el lado izquierdo quedaba rara, pero luego decidimos convertirla en una característica exclusiva y distintiva”. Con la corona a la izquierda, enviábamos el mensaje: “Este cronógrafo no necesita cuerda todos los días porque es automático”.

La segunda característica destacada fue una que solo Heuer pensó en llevar a cabo: un diseño de caja innovador. Heuer dijo que quería crear “algo que rozara la vanguardia”, y así fue como, junto a las versiones Chronomatic del TAG Heuer Autavia y el TAG Heuer Carrera, los diseños de cronógrafo insignia de la marca, nació el Monaco.

El icónico reloj de caja cuadrada es tan conocido hoy en día que resulta difícil imaginar su impacto, pero en aquella época —en la que las suaves curvas del diseño de productos de los años sesenta aún no habían dado paso a los estilos más angulosos y geométricos de los setenta— era algo verdaderamente futurista. Hasta entonces, había sido imposible crear relojes deportivos de caja cuadrada, ya que Heuer exigía un nivel mínimo de estanqueidad, algo que las técnicas contemporáneas de fabricación de cajas no permitían. El proveedor de Heuer, Piquerez, propuso la solución, y Jack Heuer aceptó rápidamente el uso exclusivo del diseño cuadrado, reconociendo que sería la opción perfecta con la que lanzar el primer cronógrafo automático.

El TAG Heuer Monaco Chronomatic hizo su debut, por fin, el 3 de marzo de 1969. Su caja de acero inoxidable se combinó con un brazalete de eslabones múltiples y el diseño de su esfera introdujo todos los elementos por los que el modelo es tan conocido actualmente, como las subesferas cuadradas redondeadas, la ventanilla de calendario a las seis y el segundero triangular. También introdujo el familiar esquema de colores azul marino y rojo, una combinación atractiva que ha seducido tanto a los coleccionistas de época como a los clientes de las referencias TAG Heuer Monaco modernas. Ahora, cincuenta y cinco años después, el Monaco sigue siendo uno de los diseños más duraderos y totémicos de TAG Heuer, un recordatorio permanente del compromiso de la marca por forjar un nuevo camino.