DEPORTES Ayrton Senna: un conductor contrarreloj
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Richard Williams Escritor y periodista
© Norio Koike, ASE
En la Fórmula 1 actual, los tiempos por vuelta se miden en milésimas de segundo. En 1971, cuando Jack Heuer irrumpió en el deporte más glamuroso del mundo al colocar la insignia de su empresa relojera en la carrocería de los coches de Enzo Ferrari en el Gran Premio, y Steve McQueen lució un distintivo Heuer Monaco de caja cuadrada en su película sobre las 24 horas de Le Mans, la tecnología no estaba tan avanzada. En aquella época, las décimas de segundo bastaban para determinar quién había hecho la vuelta más rápida en una carrera o en una sesión de clasificación.
En una década, las décimas se convirtieron primero en centésimas y luego en milésimas. Ya que, a veces, los cronometradores de la F1 se han visto en la necesidad de hacer esas distinciones tan precisas.
Ya se medía en milésimas cuando Senna llegó a Mónaco con el McLaren-Honda un día de mayo de 1988. Él y su compañero de equipo, Alain Prost, ganarían 15 de las 16 rondas del campeonato de esa temporada, siendo Senna campeón y Prost subcampeón. En Mónaco, en la tercera prueba de la serie, ambos se situaron con una victoria cada uno, lo que derivaría en una de las mayores rivalidades en el deporte del momento.
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Hasta la llegada de Senna ese invierno, McLaren había sido dominio de Prost. En cinco temporadas con el equipo inglés, había ganado dos campeonatos del mundo. Cuando Senna se unió a McLaren, su predecesor, John Watson, le advirtió que el equipo se había acostumbrado a hacer las cosas a la manera de Prost, y que lo más prudente sería seguirle la corriente. Senna, que no estaba de acuerdo, dijo: “Voy a machacarlo”. Y justo eso fue lo que hizo en la clasificación de Mónaco.
El brasileño se hizo con la pole position por delante del francés. Sin embargo, cuando completaron sus vueltas en la última sesión de clasificación en el estrecho y sinuoso circuito de dos millas, que se extiende desde el paseo marítimo hasta el Casino y vuelta, la diferencia entre los dos coches rojos y blancos patrocinados por Marlboro no hubo que medirla en milésimas. Era algo casi impensable: un margen de 1,427 segundos. Casi un segundo y medio, en una vuelta de poco más de 80 segundos. En términos de F1, una eternidad.
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En los boxes de McLaren y de los otros equipos, los cronometradores miraban sus pantallas y sacudían la cabeza con asombro. Los que vieron la señal de la cámara montada en el coche de Senna pudieron ver el control sobrehumano y la impresionante determinación con la que había pilotado el coche en la Plaza del Casino, bajando la cuesta hasta la curva cerrada, por el largo túnel hasta la chicane y las curvas ciegas del complejo de piscinas. Cada decisión: acelerar, girar el volante, frenar, cambiar el equilibrio del coche para mantenerlo a milímetros de las barreras de acero, había sido perfecta. Más perfecta en cada vuelta, de hecho. ¿Podría algo ser más que perfecto? Estaba en otro nivel.
Por una vez, Senna no necesitó que el cronómetro le dijera que había logrado algo sin precedentes en su época. Él sabía que había sido especial. “Ya estaba en la pole y cada vez iba más rápido”, le dijo al periodista canadiense Gerald Donaldson. “Cada vuelta iba más rápido. Primero estaba en la pole, luego a medio segundo, luego a un segundo… y seguí. Y de repente me di cuenta de que ya no conducía el coche de manera consciente. Lo estaba conduciendo por instinto, pero en una dimensión diferente”.
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© Norio Koike, ASE
Había alcanzado el estado óptimo de concentración relajada. Lo comparó con estar en un túnel. No el túnel del circuito, sino un túnel de percepción en el que el tiempo y el espacio ya no estaban definidos por los parámetros normales. “Estaba muy por encima del límite, pero sabía que podía ir más allá”.
Entonces, de repente, despertó. “Me di cuenta de que estaba mucho más allá de mi entendimiento”, dijo. Frenó en seco y condujo de vuelta a boxes, consciente de que su mente volvía a tener el control de sus acciones.
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El día de la carrera conservaba parte de esa velocidad descomunal y lideró sin problemas la carrera desde el principio. Cuando solo quedaban 11 de las 78 vueltas, su ventaja sobre Prost, con un coche idéntico, era de 50 segundos. En ese momento, Ron Dennis, propietario del equipo McLaren, llamó por radio a Senna para decirle que redujera la velocidad y asegurara el doblete. El brasileño, que había perdido la concentración, golpeó inmediatamente la barrera en la curva Portier, que se encontraba a la derecha, dañando la suspensión delantera.
Incapaz de continuar, y conmocionado por el repentino final de lo que había sido una actuación dominante, saltó del coche y se marchó a pie a su apartamento, cerró la puerta con llave y esperó a que se le pasara el disgusto. Pasaron varias horas hasta que salió y regresó a los boxes, donde los mecánicos ya estaban recogiendo después de que el equipo celebrara la inesperada victoria de Prost.
Seis meses y siete victorias más tarde, celebraba su primer campeonato del mundo. En 1994, sufrió un trágico y extraño accidente en Imola que acabó con su vida. Pero antes de eso, conseguiría dos campeonatos del mundo más y podría exhibir su talento en muchas otras ocasiones. El más memorable se produjo en 1993 en Donington Park, donde ganó el Gran Premio de Europa tras una primera vuelta en la que, sobre una pista húmeda y traicionera, devoró a sus rivales como un tiburón, pasando del quinto al primer puesto en menos de un minuto. Michael Schumacher, Karl Wendlinger, Damon Hill y Alain Prost quedaron descolgados cuando consiguió una ventaja que mantuvo hasta la bandera a cuadros. Ese día, volvió a demostrar que era un genio.
Richard Williams Escritor y periodista