CUENTOS Una pintoresca historia de la relojería en Suiza
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Se podría decir que la relojería en Suiza se inició con la fatídica (y oportuna) ingesta de una salchicha. Un pastor de Zúrich llamado Ulrich Zwingli era un ferviente devoto de la ideología de la Reforma de Martín Lutero. Durante el ayuno de Cuaresma de 1522, estuvo presente durante la comida de salchichas en la casa de Christoph Froschauer, un impresor de la ciudad que más tarde publicaría la traducción de la Biblia de Zwingli. Debido a que estaba prohibido comer carne durante Cuaresma, el evento provocó indignación pública y llevó a que Froschauer fuera arrestado.
Aunque él mismo no llegó a comerse las salchichas, Zwingli se apresuró a defender a Froschauer de las acusaciones de herejía. En un sermón titulado “Von Erkiesen und Freiheit der Speisen” (Sobre la elección y la libertad de los alimentos), Zwingli argumentó que el ayuno debería ser completamente voluntario, no obligatorio. Con su postura, Zwingli impulsó de forma drástica la posición de la Reforma de que la Cuaresma estaba sujeta a la voluntad individual en lugar de a la disciplina, que defendía en ese momento la Iglesia Católica.
El caso de las salchichas se interpretó como una demostración de la libertad cristiana y se considera de importancia similar para Suiza como las noventa y cinco tesis de Martín Lutero para la Reforma alemana. Pero ¿cómo pudo una simple salchicha desencadenar una segunda revolución en Suiza que llevaría al país a ser reconocido por su destreza en la fabricación de relojes hasta la actualidad?
La Reforma afectó a todos los aspectos de la sociedad y la economía europeas, y la industria relojera no fue una excepción. En 1517, Lutero clava las noventa y cinco tesis en el portal de la iglesia del castillo de Wittenberg. La interpretación cada vez más personal o “luterana” del dogma religioso, y la consiguiente Reforma Protestante, desencadenaron una serie de intensas y violentas revoluciones y guerras religiosas, en cuyo epicentro estuvo inicialmente Alemania.
La incertidumbre generada frenó a muchas industrias, incluida la de la relojería alemana. Lo mismo puede decirse de Francia, que en aquella época era el segundo país, tras Alemania, en cuanto a innovación y artesanía en la relojería durante el Renacimiento. Las Guerras de religión de Francia, que se iniciaron en la mitad del siglo XVI, supusieron la persecución de muchos protestantes franceses conocidos como hugonotes.
Como resultado, muchos relojeros hugonotes franceses huyeron de la violencia de su país y se instalaron en Suiza, donde la sociedad y la industria permanecían algo más estables. La mayoría se trasladó a la ciudad de Ginebra, y esta gran afluencia de relojeros experimentados procedentes de Francia transformó la industria relojera suiza.
La industria relojera suiza apareció en Ginebra a mediados del siglo XVI.
También se produjeron muchos cambios positivos durante la revolución (calvinista) de Ginebra, convirtiendo la ciudad en un enclave ideal para la industria relojera, que iría ganando fuerza rápidamente con la ayuda de los inmigrantes franceses y los relojeros suizos locales.
Un siglo más tarde, la ciudad estaba repleta de relojeros, por lo que muchos empezaron a abandonar la región de Ginebra para instalarse en la montañas del Jura.
El reformador Juan Calvino era un firme defensor de la austeridad y la piedad, sobre todo en lo que respecta a la apariencia exterior. En aquella época, Ginebra era famosa por su próspera industria de joyería y orfebrería. Sin embargo, en 1541, el calvinismo prohibió a sus ciudadanos llevar joyas, objetos decorativos u otros “adornos” superficiales.
Tanto los orfebres como los esmaltadores y otros joyeros vieron sus negocios devastados por este duro decreto. En lugar de abandonar la ciudad, se dedicaron a la relojería. Los esmaltadores y los orfebres eran expertos en la creación de hermosos y complejos diseños, algo que combinaba muy bien con la relojería. Las piezas funcionales, como los relojes de bolsillo, no se vieron afectadas por las leyes de la joyería.
Los joyeros suizos, con la ayuda y la colaboración de los relojeros franceses, se reinventaron. Al combinar la belleza y la precisión, la reputada industria relojera suiza surgió de las cenizas de la austeridad. A finales de siglo, Ginebra había adquirido una reputación de excelencia y, en 1601, se crearía el Gremio de relojeros de Ginebra, el primero de este tipo en todo el mundo.
Las estrictas normas que regían el uso de las joyas en Ginebra se suavizaron a finales de la primera década del siglo XVII, y los diseños de los relojes y joyas se volvieron más elaborados y opulentos. Los relojes suizos no tardaron en ser reconocidos por su artesanía y su exquisita belleza.
A partir del siglo XVII, la relojería encontró su espacio en las montañas del Jura (Suiza). Durante más de un siglo, La Chaux-de-Fonds sería la capital mundial de la industria, un lugar donde la relojería suiza se convertiría en el referente mundial.
Además de la calidad y la innovación de los relojes, también es importante la forma en que se manufacturan. Gran parte de la innovación llevada a cabo en las montañas del Jura fue obra de Daniel Jeanrichard (1665-1741), un orfebre de La Chaux-de-Fonds que impulsó la relojería como la industria artesanal local. Con una organización del trabajo conocida como “établissage” (talleres independientes que producen componentes por separado), Jeanrichard fue el responsable del aumento de la eficacia, la estandarización, la calidad y el volumen de producción.
Este modo de producción agilizó a los relojeros suizos y fomentó una mayor creatividad en la industria. Los componentes de los relojes eran fabricados en diferentes ubicaciones y ensamblados por los fabricantes. Estos últimos eran, en última instancia, los responsables de la creación del producto final. Con un proceso de fabricación descentralizado, los relojeros suizos podían producir relojes excelentes a un ritmo más rápido que sus vecinos europeos, por lo que pronto dominaron la industria.
Además, los fríos inviernos en el Jura obligaban a muchos agricultores a permanecer en casa, donde se dedicaban a crear y ensamblar los componentes para los relojeros de Ginebra. Anteriormente, durante esta “temporada baja”, trabajaban haciendo encajes para la industria textil. La destreza psicomotriz que habían perfeccionado en la fabricación de encajes les permitía trasladar con relativa facilidad su manera de trabajar a los talleres de relojería, aumentando así la eficacia y la calidad.
A lo largo de los siglos se sucedieron numerosos avances e innovaciones. Por ejemplo, Abraham-Louis Perrelet creó el reloj perpetuo en 1770, considerado por muchos como el precursor del reloj automático moderno. En 1816, Louis Moinet fabricó su “compteur de tierces”, el primer cronógrafo. En 1842, Adrien Philippe, uno de los fundadores de la prestigiosa Manufactura Patek Philippe, inventó el primer reloj colgante de cuerda. En la misma época, comenzó a afianzarse la producción de relojes con complicaciones (como los cronógrafos), así como la introducción de funciones como la aguja ratrapante o el calendario perpetuo. Y, en 1869, Edouard Heuer revolucionó el mundo de la relojería con su primera patente: un sistema de cuerda automática sin llave accionado por una corona. Una innovación increíblemente significativa que se haría muy popular: esta nueva corona de cuerda hizo que ya no se necesitaran las llaves independientes que se utilizaban anteriormente para dar cuerda a los relojes.
En 1869, Edouard Heuer cambió el rumbo de la relojería con su primera patente: un sistema de cuerda sin llave accionado por una corona.
Finalmente, en 1887, Heuer registró una patente para mejorar el piñón oscilante. Este avance permitió al cronógrafo empezar y detenerse instantáneamente pulsando un botón. Al simplificar el diseño del movimiento, el piñón oscilante facilitaba el montaje y el mantenimiento del cronógrafo. Edouard Heuer describió esta innovación, que todavía se utiliza en la Alta Relojería, como un “cronógrafo perfecto”.
Durante más de un siglo, el 90 % de la producción de relojes suizos se concentró en el Arco del Jura. Esta región ha favorecido su identidad común como el Valle de los relojes, el país de la precisión. El camino de la relojería, inaugurado a principios del siglo XXI, recorre unos 200 kilómetros. Las 38 etapas de este trayecto conforman un verdadero camino de peregrinación entre los museos especializados y las Manufacturas más célebres, donde se muestran piezas únicas y se desvelan los secretos de la relojería. Paradójicamente, se trata de un entorno idílico en el que resulta fácil perder la noción del tiempo y donde los lagos, las montañas, los viñedos y los pueblos pintorescos invitan a querer disfrutar durante más tiempo de este espacio atemporal.
La continuación de la tradición de innovación y excelencia de TAG Heuer, establecida por primera vez por Edouard Heuer, incluye muchas “primicias”, como avances en dispositivos de cronometraje para viajes aéreos, cronometraje de gran precisión con los cronómetros Mikrograph y Microsplit, los primeros cronógrafos automáticos, y muchos otros adelantos en el mundo del automovilismo y del atletismo. Actualmente, mantenemos con orgullo la reputación de la artesanía suiza por su excelencia e innovación.